jueves, 9 de febrero de 2012

Una sucesión de infortunios

Que el Barcelona era inmensamente superior lo sabíamos, pese a no estar en su mejor momento, y que para derrotarles, a doble partido, teníamos que jugar todos los minutos a un nivel de intensidad y concentración altísimos, también. La teoría nos la sabíamos letra por letra, coma por coma, pero aplicarlo a la práctica no fue nunca tan complicado.


Todo empezó a torcerse en esa rápida y desafortunada acción del partido de ida en Mestalla, a los pocos minutos de empezar, a la cual siguió el error en el gol de Puyol. Cierto es, que en la segunda mitad salimos vivos y con esperanzas de ir al Camp Nou. Todos pensábamos en la gesta que tenía que hacer el Valencia. Una afición entregada e ilusionada horas antes del partido. Todos y cada uno de los valencianistas de corazón soñábamos con marcar esos dos goles a domicilio que nos dieran el pase a una gran Final, varios años después. Pero ese sueño lo vimos truncado antes incluso de empezar el partido. Poco más de una hora antes del inicio del encuentro llegaba a nuestros oídos una de las noticias más doloras y desesperanzadoras. Soldado se caía de la convocatoria por una infección en las vías respiratorias que le había producido fiebre. Fue, para todos, un auténtico mazazo anímico, del que ya no nos pudimos levantar. Todo el trabajo realizado en las sesiones preparatorias a este partido ya no iba a servir de mucho. Aún así, el Valencia saltó al campo, con el mejor once que podía presentar Emery para lograr el milagro.

Lo cierto es que el Valencia salió muy enchufado en los primeros diez minutos, presionando al Barcelona y teniendo las primeras ocasiones. En esos minutos se chutó hasta cuatro veces a puerta, con una ocasión que erró Feghouli, disparando, ante Pinto, al lateral de la red. A partir de ese minuto, el Barcelona tomó como rehén la pelota y empezó el asalto a la fortaleza valencianista, sin piedad. Fue un auténtico calvario. La primera flecha que dispararon los “culés”, consiguió llegar al corazón de los visitantes. Fue directa al alma. Era la primera llegada. Balón largo puesto por Messi, indecisión entre Miguel y Alves y Cesc, que sigue en estado de grácia, con un toque sutil consiguió abrir el marcador. Ese gol, en lo deportivo, no cambiaba nada, el Valencia con dos goles era finalista. Pero si cambió en lo anímico. Constantes pérdidas de balón y mucha falta de confianza a la hora de intentar jugar el esférico condenaron al Valencia a un final esperado por todos.

La torpeza e inseguridad de Rami con el balón en los pies, la falta de concentración de Victor Ruiz, las constantes paradas de Alves, la desaparición de Banega y Feghouli y la diferencia de calidad evidente entre Soldado y Aduriz. Todos esos síntomas no hacían presagiar un buen futuro para el segundo tiempo.

La charla de Emery en el descanso fue clara y los jugadores salieron al campo con una actitud diferente. Los primeros quince minutos fueron del Valencia, de nuevo, con dos llegadas muy claras de Aduriz y Jordi Alba, que no se pudieron materializar. A partir de ahí, volvió la dulce anestesia blaugrana, empezaron a tocar con rapidez y precisión y el Valencia bajó los brazos. Para más INRI, el Valencia se quedó con diez por la tonta expulsión de Feghouli. A medida que avanzaba el partido, era una sucesión continua de desafortunadas acciones que sólo podían tener un final, el gol de Xavi. El manresano asestó la puñalada mortal al Valencia. La máquina recreativa del sueño copero se quedó sin crédito y ya no había tiempo para una posible solución.

El Barcelona fue justo vencedor en el global de la eliminatoria y pudo haber goleado, en mucho periodos, al conjunto “ché”. Me quedo con el consuelo de haber visto en ciertos minutos a un buen Valencia, descarado y buscando la portería del mejor equipo del mundo, sin miedo alguno. Si la actitud que tuvieron en ambos comienzos de período la mantienen en los partidos ligueros, el objetivo de mantener esa tercera plaza está más cerca.

Un placer, @andreuserret (twitter)

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