lunes, 19 de noviembre de 2012

Tailandia 2012, la brújula de mi destino


Hace unas horas que se bajó el telón en Bangkok y ahora florece, en mi interior, la sensación de estar desubicado, de querer más. Han sido 18 días apasionantes. El resultado final, a nivel deportivo, es casi anecdótico. El galardón que obtengo no es palpable, concreto.


Todo empezó como un simple juego. Desconocido para mí, me lo tomé como un reto más en mi vida. De descendencia aragonesa, una de mis virtudes, a la par que defecto, es la cabezonería y la implicación desinteresada. La lucha diaria por los sueños. Y esta Copa del Mundo era, y ha sido, uno de los más bellos de alcanzar.

Inconsciente de la magnitud del evento, tendí mi mano inocente. Pronto me dí cuenta que no era dueño de la situación, ni de mis pasiones. Me adentré en un frondoso bosque, lleno de trabas. Era un lugar desconocido. Un contexto virgen por explorar. Había aterrizado en un nuevo mundo, el cual me aguardaba un sinfín de inéditas texturas.

Preparé aquello que consideré esencial y me personé, con la mejor de mis intenciones, a la causa. De la mano de todo un conjunto de gente maravillosa fui, palmo a palmo, iluminando las porciones de terreno que tenía ante mí. Ilusión y ganas no me faltaban pero el conducir un vehículo de tal calibre, sin el pertinente periodo de adaptación, iba a complicar, más si cabe, la situación. Todo arranque es convulso y poco agradable, pero percibí que, con insistencia y perseverancia, podía lograr alcanzar una meta que, años atrás, parecía lejana.

Pronto me quitaron las ruedas supletorias de la bicicleta y me obligaron, cual pájaro prematuro, a investigar y razonar por mis propios medios. Ante el vértigo de las primeras pedaladas, no tardé en lograr estabilizarme, sabedor que el tiempo es oro y que no había margen para el disfrute. Y así, sin mayor respaldo, inicié un camino que me llevaría a recorrer los confines más insospechados del planeta.

Aclimatado al medio, y al lugar, empecé mi labor, sin pensar en las consecuencias posteriores. Logré aislarme de tal manera que perdí, por momentos, la noción de la realidad. Sumido en un ambiente agradable y placentero me dejé llevar. Libre de preocupaciones, mi único objetivo era el de formarme de la manera más completa posible para ofrecer información de rigor y coherente.

Finalizada mi misión, con éxito, vuelvo a casa. Ahora siento que echo de menos lo vivido. Me invade una sensación de vacío casi apocalíptica. Me cuesta expresarme. Tengo la sensación de estar desnudo ante los ojos de quien me rodea. Y es que una parte de mi se ha quedado allí, en uno de los países más exóticos de Asia, para siempre.