Que el mundo está lleno de injusticias
lo sabemos todos. Que allá por donde vamos nos
cruzamos con gente que no es nuestro gusto, también. Incluso, podemos llegar a conocer
aquel afamado refrán que cuenta que “quien hace todo lo que puede no está
obligado a más”.
Pero voy a lanzar una pregunta: ¿Qué se siente cuando un ser
humano trata de apagar "tu luz", de manera inmerecida, y cuál debe ser nuestra
respuesta?
Me cuestiono, en este momento,
por qué la vida me ha puesto hoy una barrera. Por qué he salido derrotado de un
partido que, quizás ese fue mi error, pensaba que tenía ganado antes de jugarlo.
Y por qué razón, ajena a mis dominios, no he sabido vencer a las circunstancias
y empequeñecerme, de manera injustificada, ante cierta persona que, fuera de
toda presión, ha conseguido, mediante breves sucesos aleatorios, desorientarme
y hacer que me sienta la persona más vulnerable del planeta.
Me siento abatido, sin muchas
ganas de seguir hacia adelante, con la mirada perdida y con un camino que, de
golpe y porrazo, ha subido el nivel de dificultad y de exigencia al máximo.
Siento que he perdido mis recursos, la confianza conmigo mismo y, lo que es más
importante, quizás el respeto de todo un grupo que, quien sabe, esperaban mucho
más de mí y, puede que, les haya decepcionado.
Un poco en frío recapacito, y
trato de hincar una rodilla en el suelo, despertando, lentamente, de la
pesadilla que me ha tocado vivir hace unas horas. Quizás merecida, o no, no lo
sé. Lo único cierto es que he sufrido, en mis carnes, el sentimiento de
humillación, algo inédito para mí.
Lo sucedido merece una reacción, por
mi parte. Cierta persona ha pisoteado mi orgullo, mi trabajo y mi
profesionalidad, ante la pasividad y la claudicación de otro, incapaz de actuar
de oficio ante el martirio que estaba sufriendo el ejecutante, su ejecutante,
pero para él, seguramente, uno más de la manada.
He perdido una batalla, la
primera, posiblemente, de mi vida. Pero si tan admirable es aceptarlo, más aún
es tratar de levantar la cabeza. Muchos años son los que llevo a mis espaldas;
muchas experiencias vividas; muchos momentos mágicos junto a mi familia, aquella
que me empuja y me da fuerzas, cada día; y muchos han sido los elogios que he
recibido por mi labor. Hasta ahora, quizás otro error mío, no he sabido valorar
mi entorno, salir de mi cajón, mirarme al espejo y observar mi pasado, junto a
ella.
Hoy, por esas personas que
confían en mí, que me apoyan y que llegan a disfrutar, y a esbozar una sonrisa
de satisfacción, con mi pasión por un trozo de latón bañado en plata, siento
que estoy en deuda con todos ellos. Puede que haya salido derrotado, injustamente,
pero esto es solo el principio, el camino es muy largo y lo importante no es
como empieza, sino cómo acaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario